Desde la Revolución de 1789 en Francia siempre van un paso por delante. En materia de alimentación, también. Desde hace años existe una corriente poderosa contra el desperdicio. Y tiene un nombre propio: Nicolás Chabanne. A este distribuidor de frutas y verduras se le ocurrió en 2014 abrir tiendas con los productos que las grandes cadenas de supermercados rechazan porque no son bonitos, no ofrecen una buena imagen. Entonces era el 40% de lo que llegaba al mercado y que se echaba a la basura. Una idea genial que tuvo un éxito fulgurante.
Chabanne cuenta con muchas tiendas en Francia y su idea ha sido copiada en varios países europeos. Las frutas y verduras con alguna tara se venden un 30% más baratas que las que llegan a las estanterías de los supermercados. Su lema es “frutas y verduras más feas, pero igual de sabrosas”. Es una propuesta ganadora que beneficia al productor, al distribuidor y al consumidor y, por supuesto, al planeta. La marca con la que Chabanne se lanzó al mercado es muy llamativa “Mandíbulas rotas”, en traducción libre al castellano. Hace referencia a como llamaban a los soldados franceses de la I Guerra Mundial que volvían a casa con graves heridas en la mandíbula y la boca. Y ha quedado como una expresión acuñada para lo que no es demasiado guapo. Su propuesta ha merecido numerosos premios porque significa un ahorro muy importante para todos.
Otras iniciativas contra el desperdicio de alimentos
Tanto es así que ahora en Francia han surgido muchas iniciativas similares que llegan a todas las esquinas del país. Por ejemplo, en Bretaña las tiendas “Nous” (Nosotros) que van viento en popa y que además de las frutas y verduras de Chabanne incorporan otros muchos productos que son desechados por las grandes superficies, desde yogures a bebidas, ya sea porque están próximos a su fecha final de consumo, ya sea porque no pueden absorber un stock determinado o por otras muchas razones.
Es cierto también que la legislación francesa obliga a las tiendas con superficies de más 400 metros cuadrados a entregar a asociaciones colaborativas o de caridad aquella producción sobrante que iban a tirar a la basura. El mes pasado los grandes supermercados Carrefour organizaron un juego en Tiktok para jóvenes y a cambio entregaron 35 toneladas de productos perecederos que ya no iban a utilizar para ayudar a los estudiantes que tenían problemas para alimentarse bien a causa del año de pandemia. Es decir que la idea ha calado en todos los rincones de la sociedad. También en las grandes compañías siempre celosas de su repercusión pública.
Según el cálculo de algunas de las asociaciones que luchan contra el desperdicio un tercio de la producción total de perecederos acaba en la basura sin utilizarse y la mitad de ella corresponde a los hogares. También ocurre en los restaurantes, algunos de los cuales han decidido poner en marcha soluciones alternativas como apps que venden los restos de platos que ya no van a utilizar a un precio más contenido a partir de una hora determinada. Hay que ir a recogerlo y comerlo en casa, evidentemente. Con ese mismo criterio ya funciona una aplicación denominada “demasiado bueno para tirarlo” que permite a los consumidores acceder, a última hora de la jornada, a lo que va a ser un desperdicio en su barrio procedente de fruterías, panaderías, restaurantes, hoteles, etc. Comida que no se utiliza, que se pasa o que sencillamente no gusta y acaba en el vertedero. Una barbaridad que en Francia y otras partes de Europa intenta corregirse. ¿Y en España?
Mario BANGO
Periodista